La montaña de sangre hirviendo
I
A unos doscientos metros de la Gran avenida en la provincia del Maipo,
Abundantes calles llevan a un mismo lugar, El Chena, un cerro que carga
Historias de tiempos inmemoriales. Aún están las huellas de los indigenas
Nativos que cruzaban el monte con destino al sur [Pucará de Chena].
En el invierno un pastizal Abriga cada rincón de esta prominencia y
Acrecienta un rio por el reborde en completo disimulo.
En verano es casi un desierto donde el sol es capas
De alterar hasta la más vigorosa piel Rasposa. Cada realce de tierra a la luz
Lunar es Invisible a los pies de los mortales y entorpece el caminar de las malas
Intenciones. Pues ahora estoy camino hacia este templo de la naturaleza,
Voy feliz pensando en que cada vez que estoy allí tengo nuevas conclusiones
Para mi vida…pero además me voy a encontrar con Marsella una mujer
Extraordinaria y la intranquilidad me carcome y destruye mis órganos más fuertes
Como si le frotaran una lima.
II
La tarde estaba agradable, el clima templado característico de la zona central
De Chile, es hoy, la prosa que embarga el día bajo la textura otoñal de un sol
Crepuscular. –Al fin he llegado – vocifere en voz alta para mí, limpiando el
Sudor en mi frente. Subí por un camino de tierra por el lado oriente del
Cerro que llegaba hacía una estatua de una virgen. Esta miraba hacia el sur
Dando a una calle llamada Catemito. Nuestra junta con Marsella era en la tercera
Banca contada desde la virgen. Al llegar allí quince minutos antes, me senté
A esperar. Por ese lugar, transitaba mucha gente que hacia deporte y que llegaba
Para Implorar y rezar a esa virgen. No podía engañar a mis manos que temblaban
De nerviosismo, conté cada vendaval que desordenaba mi cabello, incitándome
A un frio inquietante. ̶ Debe estar por llegar ̶ musité, al desplomarse la tarde.
III
No sé si habré contado cien ventiscas en mi cara o talvez más, la noche desterró
A los ambulantes. Marsella apareció entre el camino arcilloso y el visaje que su
Rostro me entregó, fue tranquilidad que mi corazón masticó por mucho rato.
La panacea que mis labios rotos urgen, está en su interior. Inenarrable suavidad
De aquella piel que viene burlando el viento, es la puerta de entrada a una
Dimensión apetitosa. Del solo saber que besaré su mejilla en algunos segundos
Más, detiene mi corazón como si una isquemia me enfermase,
Llevando toda la sangre caliente a los lugares donde se transforma en plasma
Inquieta. No entiendo por qué me sucede esto ahora más que antes, puede ser
La energía viva e inexplicable del cerro que me tiene así, será que los sacrificios
Que este cerro sostiene ¿me hacen hervir la sangre confundiéndome? Siento
Un calor que me hace sudar al son del viento, un sentimiento vándalo y montaraz
Llevo en mi espalda como si fueran energías de un espacio que no entiendo.
El pecho un poco sudado de Marsella me destruye por completo y me deja preso
De su presencia. Aquel sudor reflejaba las luces que emitía la ciudad que estaba
A nuestros pies pareciendo luciérnagas.
Jeovany Mikke
[Foto original del cerro Chena tomada por mí el año 2015]