Deslumbrada se quedó Florinda
al sentirse cortejada
por enamorado tan perfecto
que rosas sin espinas le brindaba.
Una a una su amante
a las bellas flores las púas les quitaba
mientras promesas de amor
al oído le regalaba.
Pronto a los altares
la joven se encaminaba
luciendo el esplendor
de Ilusionada enamorada.
Marcha nupcial a su paso sonaba
mientras por sus mejillas se deslizaban
lágrimas de emoción
que en perlas se trasformaban.
Blancas rosas sin espinas el altar adornaba
altar donde un sí sin recelos
a su gran amor le entregaba.
No pasado mucho tiempo
las blancas rosas en rojas se tornaban,
en rojo sangre que de sus mustios pétalos brotaban,
mientras que en sus encorvados tallos
duras espinas medraban,
y su perfume ya no agradaba.
No cumplía su promesa de amor
el seductor de su alma
que con engaños las espinas de las rosas
en su día arrancaba,
pues cuando en el corazón de Florinda
las espinas se le clavaban
él no acudía a ayudar
a curarle las heridas que le causaban.
Tantas heridas crecían
en el que había sido el jardín
de la incauta enamorada
que entre suspiro y suspiro
el amor se le apagaba.
En noches de dolor,
de angustias y desespero
recordaba Florinda
a su otro enamorado
que un día despreció
por en exceso ser sincero.
No, no había aceptado
el amor que Jacinto le entregaba
porque las rosas que le regalaba
con espinas estaban adornadas.
Ni la belleza de sus colores,
tampoco las fragancias que destilaban
fuero suficiente para enamorarla
pues su otro enamorado
rosas sin espinas le brindaba.
La pena perturbó su vida,
Inundándose de dolor su alma,
y haciéndose amiga de la muerte
le pidió que de jardín tan ajado le alejara.
Corona de rosas con espinas lucía
el féretro que la cobijaba,
como rosas con espinas
cada día su tumba adornaba.
Luisa Lestón Celorio
Asturias- España
registrado