Dormí toda la noche sobre mi mano. Sobre mi mano que al no poder moverse, también se durmió. Cerré mis ojos y me moví deliberadamente hasta que mi cuerpo se fundió llenando el espacio que me correspondía como masa de pastel en algún espacio entre mis almohadas, mi mano quedó debajo de mi cadera y mi cuerpo que continuaba fundiéndose no quiso reparar en ella. Algo me decía que no era una buena idea pero mis piernas estaban tan cómodas estiradas y cubiertas. Quise mover mi cabeza pero mi cabello parecía una suave almohada en la que reposé mi sentido común y no quise moverme. Somnolienta casi podía escuchar a mi mano pidiendo ayuda, pero el sueño era tan fuerte que lo que único que lograba percibir en mi cabeza eran figuras como mitológicas danzando pintadas de colores fuertes y bañadas en brillantina, escuchaba a lo lejos canciones populares sonando aleatoriamente y vi personas disfrazando a las mentiras con disfraces antiguos y exóticos. Sentí hambre en algún instante y este fue calmado con imágenes de todos los objetos que siempre he querido poseer. En algún momento mi imaginación fue cada vez más borrosa hasta que dejé de estar consciente de lo que pasaba en mi cabeza. A la mañana siguiente desperté con un anhelo enorme de tener todo lo que siempre quise, de llegar tan alto, de ser mejor que lo nunca imaginé. Me vi con un traje deslumbrante poseyendo todo cuanto se puede poseer, siendo casi indestructible. Desperté sin sentir mi mano, estaba como muerta. Mi mano no respondía. Y yo no podía entender porqué una parte del ser humano muere cuando no se usa.
—Bárbara Barrientos