Desvanecen los días en su país de sombras
y cielo indiferente.
Ausentes
están las risas de muchachas
con blusas apretadas
que aspiraban su perfume
en los brillos azules del rocío.
Ya no viene la abeja
con sus vuelos zumbadores
a libar entre paredes de luz y terciopelo.
Ya no pasa por allí el inquieto picaflor
ni le canta el zorzal desde los pinos.
Todo es un silencio congelado
de mínimos latidos
y melancólicos estandartes blanquecinos.
Y allí está ella, la rosa moribunda,
aferrada a su destino,
sabedora de haber sido,
simplemente,
jovial y aromada flor de un tiempo.
¿Acaso no se parece todo
al gradual ocaso del poeta?
Huirán de sus avejentadas manos
los versos arrugados
por el tangible camino hacia la nada.
Como la rosa que aún marchita da perfume
su amada poesía soltará los pétalos postreros
con esencia sutil de primavera.
Sin embargo, sus poemas
vivirán entre las hojas de un cuaderno
de cubiertas escarlata,
al igual que la fragancia de aquella inerte rosa.
Un cuaderno de fantástico linaje y secretos juveniles
donde moran
los cuentos, las hadas y los duendes
hurtados a la magia de algún bosque.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.