Cuántas veces he venido
a bañarme en el arroyo,
a colocar unas líneas
y en silencio disfrutar
las caricias de los sauces
con olor a verde nuevo,
las florcillas en los bordes,
sus perfumes en el aire.
Cuántas veces he buscado
en el silencio del alma
la milagrosa palabra
que provocara su sonrisa.
Fue tan vano mi mensaje…
A su alma no llegó;
no me ha mostrado su rostro
la sonrisa que anhelé.
No volví más al arroyo,
a su orilla de mi alma lo borré,
pero vientos de nostalgias
me trajeron.
Ya sus aguas se secaron,
ya no hay flores, y los sauces
quizás sirvieron de leños
al calentar un hogar.
Y de pronto, sin pensarlo
caminé hacia la tumba
en donde yace la niña
que no pude conquistar.
Supe entonces,
que sabiendo su destino
prefirió dejarme libre
renunciando al amor.
Pobre niña, pobre niña,
el amor no conoció,
sólo vivió el cortejo
de un lindo día de sol.