Sentada en su silla de enea
junto a la vieja ventana,
de oscuro cristal bruñido,
la luz entraba en la sala
Miraban sus ojos marchitos
a las niñas que jugaban,
con sus lazos entre-rojos,
y con su tela estampada
Querubín que era testigo,
de la que fuera su infancia,
cuando reían esas niñas
con broches y con solapas
Reían tanto las niñas,
lacónica le recordaban,
canciones, reinos perdidos
la nostalgia las contemplaba
Y el reloj, de péndulo lento
en su caja lenta oscilaba
en mudo compás del tiempo
que ya no espera nada
Seguía ella en esa silla
de enea vieja y cuajada
débil su llama de espera
mientras lenta se apaga