Esta bien, eres el Dios y creo en tu existencia
y tendré que darte gracias por ser parte de mí
y de mi conciencia.
Si, señor Dios, te reconozco,
y certifico ante los demás tu poderío,
y acepto que seas el creador de todo cuanto existe
incluido yo y mi pensamiento.
!Bravo por esa! Eres magnífico.
Pero, si eres tan grande y poderoso
¿será que necesitas de estos humildes pedazos
imperfectos de tus obras,
el gesto melindroso y servil de admiradores?
¿Tendrá necesidad tu ego divino
de un aplauso, una venia
o un esquivo y fugaz gesto admirado?
Como gran creador de todo lo existente,
como gran arquitecto de un complejo mundo,
¿de qué te sirve una oración, un gesto de confianza
de dos o tres, de veinte o cien o de un millón,
o de todos y cada uno de tus pasajeros hijos?
¿Acaso atiendes los pedidos que tanto creyente pedigüeño
te hace a diario:
para que cese la injusticia ( la que va contra él)
para que se imponga la paz
( en la desigualdad que él concibe)
para que le dé la luz al comprar la lotería,
para que lo alivie del mal que él mismo provocó en su cuerpo,
para que le ayude a ganar algún partido de fútbol
que juegan otros en nombre de su equipo;
para que interceda ante su novia
para no perderla después de un desliz
sexual con otra dama;
para que le brinde el pan sin el sudor de su trabajo,...
Si señor, esta bien, te reconozco
pero déjame vivir tranquilo
(respondo al mismo vicio limosnero)
sin tener que estar pensado en ti para aplaudirte,
sin tener que estar en un altar pidiéndote perdón
por mi conducta humana,
sin tener que estar interpretando
un fabuloso libro de otro pueblo,
sin tener que validar tu gran creación
por mi conducto.
Déjame vivir, Señor creador de todo
cuanto hiciste
sin un Dios que contamine
el libre albedrío que me diste.