Cuanto quisiera derramar mi sangre en el texto
(de lo existente dejar constancia)
pero las palabras impermeables a lo humano
me niegan y rechazan
me destierran a los altares de la hecatombe
me niegan y rechazan
bajo el pie de la montaña
no hay un ángel salvador
no soy Abraham en la colina
ni Mayakovski en la ribera
y la sangre que fluye no pinta las hojas
un nombre y apellido queda
a los pies de las letras
¿de un hombre?
perdura, la duda
al pie de la página
un nombre desconocido
retazo de una metáfora
y nadie se pregunta y nadie se cuestiona
es como estas pequeñas
entrometidas ideas
mueven nuestros dedos y la lengua
en la carne y los tensados nervios
y terminamos ambos
sin decirnos nada en la mirada
recorriendo los surcos del cuello
y las palmas de las manos
y pensamos el silencio debe ser superado
pero no lo decimos
y las pasiones caen en un poema moribundo
y no lo tocan y no lo ensucian
enfermo crónico del lenguaje
estamos (aquí o allá o en algún lado)
y ya no hay cura
cazando a la belleza:
caímos ultimados
y ya no hay cura
y nunca hubo
solo hambre
buscando fracturas
solo tiempo
enfriando lo servido
en la cama, en la mesa
estoy muriendo
y no me salvo
estoy callando
las palabras
me están abandonando
el ejército armado capitula
lo ejecutado
estas rebeldes pequeñas
(¿ideas?)
me han arrebatado
y ya no hay cura
muriendo estamos
(a Ignacio Ortega)