Me atrevo adivinar con gran prudencia
la causa de tus besos otoñales,
las lágrimas me arrancas a raudales
tan sólo con oler tu rara esencia.
En tanto que tu boca se silencia
y tus ojos ocultan dos puñales,
parecen mis discursos torrenciales
que empapan la cortina de tu ausencia.
¡No juegues al azar, ni a los fantoches…
no creo que salpique tu rocío
el cáliz de una flor de oscuras noches!
¡No puede su libérrimo atavío
romper lo que me diste del estío,
tu abrigo tornasol de muchos broches!
Mariluz Reyes