Cristian Castillo

DESAYUNO DEL PEDERASTA

Era un día como cualquier otro, me dediqué a prender el televisor y a prepararme un desayuno decente. El televisor solo agarraba un par de canales, recuerdo que era un domingo, y el sol se asomaba ferozmente por entre las montañas proyectando su cálida y brillante luz mañanera.

Había puesto el desayuno en el comedor y me había acomodado en una silla. El gato que tengo de mascota se posaba en mi regazo a medida que lo acariciaba.

Mientras desayunaba, vi en un canal a tres chicas de trece, catorce o tal vez quince años de edad. Al verlas bailar de forma sensual, pensé inconscientemente cuál de ellas sería mejor polvo en la cama. Al darme cuenta de lo que pensaba, me di cuenta que tenía el cerebro frito, después de todo, solo un degenerado pensaría tal atrocidad.

Al pasar los minutos me di cuenta que no era mi culpa, después de todo no había hecho nada malo, cualquier hombre hubiera pensado inconsciente lo mismo, si tan solo las hubieran visto, tenían unos cuerpos desarrollados, unos senos enormes y jugosos, unas piernas largas y cinturas de avispa. Eran simplemente bellas, y sus atrevidas prendas junto a sus movimientos eróticos solo hacían volar más la imaginación. No me pueden culpar, tampoco las culpo a ellas, ni a la sociedad, ni al televisor, ni mucho menos al pos modernismo, simplemente no se puede culpar a nadie.

En mi defensa, recuerdo leer alguna vez un estudio psicológico que mencionaba que tres de cada cuatro hombres sienten sin saberlo cierto interés sexual por las menores de edad, y más cuando ellas tienes más pechos que tu propia madre.

Bueno, el programa terminó, mi tasa estaba vacía y mi estómago lleno, aun me pregunto si alguna de ellas sería un buen polvo, solo dios podría saberlo, y lamentablemente no soy ningún dios.