Habíamos llegado hasta allí solos, sin cogernos de la mano, sin mirarnos a los ojos.
Con los labios llenos de la inseguridad que sólo tienen aquellos con el corazón quebrado,
con las ganas en la punta de los dedos y la esperanza amordazada.
El silencio nos ha hecho de Celestina y estamos más muertos que antes,
el amor nunca ha hecho justicia a los amantes.
Hemos leído demasiada literatura para saber que seremos distintos.
Y, sin embargo, aquí estamos contándonos los miedos;
confiando en que las ganas de besarnos lo puedan todo.
Dejando que las palabras que tiemblan y apuñalan, puedan también sanar
e, incluso, devolvernos a la vida con más fuerza.