Hacer mía quisiera la noble misión
del árbol de la barranca oriundo;
él que junto al arroyo se dio
y en sus tierras enraizó profundo;
él que su existencia nutrió
en tiempos mansos e iracundos,
con lo que el cielo llovió de Dios
y el arroyo arrastró del mundo.
Aquel que entre montañas se alzó
con ferviente anhelo fecundo,
de con su copa tocar a Dios
y con sus ramas abrazar al mundo.