Mi memoria es como un gato
que va, que para, que viene,
que salta, que se escabulle
y luego vuelve conmigo.
De pronto es un zapato
que ha perdido el compañero
en correrías de niño
y otras veces se descuelga
por los destellos de plata
que va dejando la luna.
Se hace oleaje difuso
en la mar de los suspiros,
se detiene en los mojones
de ilusiones diluidas
o alegrías compartidas,
Juega a olvidar los recuerdos
y a recordar los olvidos,
y hasta mira los espejos
con desdén e indiferencia.
Surca senderos dormidos
de bosques y de llanuras,
se hace gaviota del tiempo
que se refleja en el agua
junto a ecos de montaña
y risitas de pequeños,
para irse allá muy lejos
a los médanos calientes
con los bolsillitos rotos
y las piernas rasguñadas.
Mi memoria tiene, por cierto,
sus muy buenos escondites
donde trata de ocultar
pesadumbres y tristezas,
a las que cubre y recubre
con tejidos de neblina
y telarañas opacas.
Cuando algo se le escurre
se transforma en gris llovizna
que humedece las pupilas
y obnubila el horizonte;
pero los años vividos
le habrán dado su experiencia:
deja que los fugitivos
se evaporen con las nubes
y recurre a los momentos
que endulzan la existencia
y que acarician el alma.
Aunque a fuer de ser sincero,
pienso que se ha diplomado
de “memoria selectiva”
a la siempre acompañan
el candor de esa sonrisa,
la mirada de esos ojos,
y ese rostro inolvidable.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.