Será una noche de lluvia
cuando la baja policía
venga a reclamar a mi puerta
los pedazos que quedaron
de mi desechado corazón.
Se los entregaré
y ellos s e los llevarán,
quien sabe qué harán con él,
tal vez lo reconstruirán
y llamarán a mi puerta
a la mañana siguiente
cuando haya escampado
y el cielo haya enjugado sus lágrimas,
me lo entregarán
y del dolor de ayer
sólo quedará el recuerdo;
o tal vez
al no poder hacer nada por él
lo echarán a las profundidades
del abismo de la inconsciencia,
lo ahogarán poco a poco
los brazos aplastantes del olvido,
hasta que un día,
cuando yo me haya ido,
no quedará de él rastro.
Tal vez lo repararán
y cubrirán sus heridas
con vendas de compasión
y arán suturas con hilos de esperanza
para cerrar las profundas llagas
que dejó la espada letal del amor;
ellos observarán el resultado
y uno al otro se dirán:
No está tan mal,
aún debe valer algo;
y lo pondrán a la venta
en el escaparate de alguna tienda
donde se compran sueños rotos
y recuerdos olvidados,
hasta que un día,
caminando por las calles del destino,
cuando el cielo se esté nublando
y empiece a caer el rocío,
me detendré delante de aquele escaparate,
y señalando con tristeza
aquel músculo remendado y sombrío,
diré a la compañera de mis caminos:
Mira, éste es mi corazón.