LA ISLA
Desperté de repente del letargo
Rodeado de solitaria calma,
La serenidad inundando mi alma,
Mas, en la boca un sabor amargo
Y un inquietante sudor en las palmas.
Mi cerebro, por silencios ahogado,
Se negó a generar ninguna idea,
Y mi garganta, atacada por la apnea,
Se atragantó en un grito que angustiado,
Se sometió al poder de la disnea.
Y aquella angustia cruel me atenazó,
Paralizando todos mis sentidos,
Escuchando tan sólo los latidos
De un acelerado corazón
Que animaba mi cuerpo desvaído.
Me sentí solitario y aislado,
Sin ese calor de una mano amiga,
Pequeño, más pequeño que una hormiga,
Como en el borde de un acantilado
Rodeado de fuerzas enemigas.
Y armado de valor, abrí los ojos,
Y me encontré en una calle cualquiera,
Caminando en el centro de una acera.
Y, despertando de mi trampantojo,
Comprendí el error de mi quimera.
Rodeado de gente como estaba,
Continuaba en mi isla, solitario,
Y, esperando un gesto solidario,
Me encontré con personas que habitaban
Cada uno en su propio santuario.
Abril de 2016
Jose Cruz Sainz Alvarez