Como un susurro
de brizna azul
llega tenue a mis sentidos
tu majestuosa voz.
Busca sitio en mi huesudo armazón,
se codea con cualquier leucocito
y lo inunda todo.
Si alguna sombra me oculta
o si la neurona de guardia dejó
de pensar en ti,
la primera sílaba que surge
de tu garganta, voltea,
supera el eclipse lunar.
Ondas hertzianas que sin saberlo
llevan impreso tu nombre, me
acarician el tímpano y
dejan unos gramos de plumón
flotando en el ambiente.
Un día quemaba malas ideas,
los músculos no respondían,
saltó la chicharra
y se inundaron mis poros
del canto angelical —bálsamo inesperado—
que se grabó en el disco duro
fortaleciendo
la fe en un mañana
de despertar
diferente
bajo un aire estepeño
con el móvil fuera de cobertura.