Tenía miedo de encontrarte.
¿Cómo iba a mirarte?
Tan sólo esperaba una carta,
pero no llegó nada.
“¿Podré dirigirme a tus ojos?
¿Dé qué manera lo haré?”
Entre resentimiento, confusión
y esperanza se movían mis pensamientos.
Tenía miedo de hablarte.
“¿Qué voy a decirte?”
Extrañaba tu voz y sólo quería callarme.
Había escrito tanto, había sentido demasiado.
En mi corazón habitaba ese vacío de querer gritarte
y ese temor de que no entendieras nada.
Me ha pasado antes de ilusionarme con palabras.
Estaba enamorada de tus frases, creía conocer tu esencia.
Tenía miedo de escucharte.
“¿Qué vas a contarme?
Tal vez ya no te importe y no digas nada,
quizás continúes con un discurso que no debo aceptar,
puede ser que nunca te haya comprendido.
Todo esto me sobrepasa”.
Y luego, más tarde, ahora,
en unos segundos más de esta nada que me rodea,
ahora, ahora que se me acaban los versos,
ahora que ya no puedo llorar,
ahora que ni siquiera tengo rabia,
ni pena ni desprecio, ¿ahora vienes?