Es tarde por la noche y he decido hacer algo que normalmente no hago conscientemente, algo de lo cual no estoy seguro si me va a costar caro. Hoy, bajo el denso panorama que ofrecen las nubes negras y pesadas, gobernado por los decretos del alcohol y la soledad, quiero, y he decido vivir.
Pero ¿a qué me refiero con eso? Me preguntan las voces interiores que no me dejan conciliar el sueño.
Infortunadamente no puedo explicar esto con palabras, simplemente me permito decir que finalizado este texto, ya sabré que hacer conmigo. Que esta noche ha llegado irónicamente, llena de luz, y una luz muy sabia por cierto. He llegado a pensar que la vida no tiene que ser como hasta ahora ha sido, y me niego a pensar que estoy viviendo. Creo que vivir ha de ser diferente, tiene que saber distinto, tiene que sentirse de una manera muy alejada a lo que siento actualmente. Así que procedo a cerrar los ojos y navegar en un mundo oscuro, de atmósfera insegura; vienen a mí imágenes familiares, imágenes de mi pasado y éstas generan en mí un estado de incertidumbre y confusión indescriptibles. Empiezan a recorrer mi sangre helando cada centímetro de ella, porque a pesar de que todas y cada una de dichas imágenes en forma de recuerdo me conocen y las conozco muy bien, tienen cierta figura demoniaca que le roban el color y la alegría. Estampado en todos los recuerdos estoy yo, pero no estoy solo; acompañándome muy de cerca, una figura similar a la ceguera, pariente de la duda y amigo de la estupidez, me sigue de cerca abrazando mi sombra. Siluetas tenues y trémulas representando mis horas de jubilo se desvanecen en su paciente estela.
Pero además de esto, hay algo que capta mi atención y me llena de curiosidad. Una bestia, un Can Cerbero. No me lo van a creer pero es hermoso; su belleza es perfectamente notable e innegable. Esta bañado en un deslumbrante color rojo y es el único color que desprenden mis recuerdos. En su pecho lleva tatuada la palabra “Traición” y aunque su presencia no me anima a confiar en él; tiene un poder al cual soy totalmente vulnerable y me hace hincarme ante su poderío. Me abraza y me hace sentir “vivo”. Colorea el uniforme derredor en donde estamos y me eleva de manera sutil y apacible.
Ahora habito en un lugar celestial pero a millones de kilómetros del mismísimo cielo. Hay praderas y arroyos, árboles y criaturas espléndidas, los colores me deslumbran el alma, y todo lo que he querido allí esta presentado de manera natural. Toda materia allí tiene un significado, todo lo tangible recoge una parte de mí y de mi pasado y lo reúne armónicamente para exponer ante mis ojos lo que he vivido y quienes me han acompañado. Puedo ver que está mi familia, mis amigos, está cada segundo bueno y cada segundo malo de mi existir, y por supuesto, están mis amores, los que han dejado una enorme huella en mí. Coexisto con todos ellos y no se respira más que paz. Se me concede la oportunidad de decidir con quien pasar el resto de mis días en tan maravilloso lugar, y la criatura roja y mítica me aconseja irme con quien representa el amor. Como ya lo mencione, dicha criatura se apodera de mi autonomía y como es de esperar, sigo su consejo. Nadie se opone a mi decisión y todo empieza a ser maravilloso, el amor me susurra al oído repetidamente que “Estoy viviendo” y me envuelve en una manta de euforia por mucho tiempo. ¡A esto me refería cuando decía que quería vivir! No encuentro motivo alguno por el cual abandonar mi morada ya que aquí es a donde pertenezco. Los días pasan y la alegría es tangible, se puede percibir en el ambiente, el amor es el motor de la vida y es el que me ha demostrado que existo. La figura del amor se manifiesta en la última persona a quien he amado con locura, aquella doncella de quien me enamoré y de quien sigo enamorado; esta figura es la que ha acompañado en este viaje tan soñado. Ella es quien me ha enseñado a vivir y creo que antes de conocerla a ella era un muerto en vida sin rumbo alguno. Juntos vivimos ahora y somos dos, dos seres felices sin preocupación alguna. El sol ilumina su existencia y junto a ella vivo yo. La luna envidia su hermosura y yo agradezco tenerla a mi lado. Ella me da el aliento de vida y lo protege amablemente; no me arrepiento de haber elegido al amor como acompañante eterno. No existe ni existirá algo más hermoso que mi doncella, el mundo no conocerá la perfección después de mi amada doncella y soy muy afortunado porque ella es mía.
Pero más temprano que tarde, cuando ya había olvidado aquella insignia en el pecho de la preciosa bestia, ésta revela una sonrisa y adopta la forma de mi amor, mirándome impasible, su tatuaje se agranda y le da forma de negrura y pesadez. Se aviva en mí un dolor palpitante y constante, las praderas desaparecen, el lugar celestial de pronto se convierte en tiniebla, los colores se despiden con melancolía y con ellos se van mi sonrisa y mi alegría. No entiendo nada de lo que esta sucediendo, una serie de ráfagas se abren paso por mi mente y me apartan de este utópico universo. Toda criatura de aquel universo se burla de mí, el Can Cerbero está ahogado en risas y la negrura aparece de nuevo. ¡Todo era mentira! Era un juego, y yo era la ficha clave en tal juego. Debí haber tomado más enserio al Can Cerbero y su “Traición”, pero ya es muy tarde. A fin de cuentas todas las figuras de mis recuerdos tenían como objetivo acabar conmigo. Pasan los días y se me es imposible soñar. La simple tarea de recostarme y disponerme a dormir es ahora una acción sumamente dolorosa y agobiante. No soporto un día más, quiero que se acabe mi tormento pero no encuentro manera de hacerlo.
Mis pensamientos me torturan, hasta que un día no menos oscuro a los anteriores, la temible criatura se acerca a mí lenta y terrorificamente; en su rostro leo su voluntad, es como si viniera hacia mí dispuesto a concluir una tarea de hace tiempo. Puedo sentir su respiración, oigo el latir de su gigantesco corazón y justo antes de que mi cabeza saliera escupida por acción de una de sus zarpas, despierto en mi habitación tan solo como cuando empecé a escribir.