Todos tenemos una plegaria
en el alma atea o cristiana,
cuando todo fracasa,
cuando todo fenece,
ahí nace una plegaria.
Otros la tienen dormida
mirando sin mirada,
y los eleva al mismísimo cielo
subimos casi sin alas.
Nos permite seguir,
nos consuela, nos lava
nos conecta con la energía más alta
que es Dios a 220 voltios
cuando nos sacude y nos habla.