Hay una cruz encallada
en el surco hacedor de calvarios.
De repente llueve y se deslíe
sangrando almas, borbotean penando.
Se esparce la tierra,
con sus anillos de polvo mendigado al mundo,
dado a los cuerpos inertes cada día.
Gimotean los vientos crepusculares
y el cielo osa velar entre la negrura
por quienes han cargado
la cruz, la tierra, el castigo de la gloria.
Sobre su lecho implacable
donde amar es morir,
mientras se muere amando.