Que agradable sensación saber que aún sigues en mi cama, que estás a mi lado.
Me giro suavemente intentando hacerme la dormida para tocarte y sentirte conmigo. Me sobresalto y abro los ojos para comprobar que, efectivamente, no estás. Mi mano no toca tu cuerpo desnudo junto al mío, solo las sabanas frías de una cama en la que soy su única ocupante.
Consigo abrir por completo los ojos, más si cabe, para mirar mi habitación desierta de cualquier rastro que indique que has estado aquí.
Me quedo absorta en mis pensamientos queriendo concentrarme para recordar lo sucedido, para recordarte a ti, tu cara, tus manos, tus gestos...
Mi piel empieza a erizarse y atraigo mis manos hacia la cara para tocarme los labios con suavidad, como imitando tus besos. Me estremezco y casi te puedo sentir encima de mí, acariciándome, besándome, clavándome tu mirada, esa mirada tan intensa, tan penetrante... y cuando estoy a punto de soltar un silencioso gemido, unos golpes en la puerta me hacen salir de mi ensimismamiento.
Entran minúsculas franjas de luz a través de la persiana, son las 7 de la mañana y debo irme a trabajar. Me levanto de un salto de la cama y corro hacia el lavabo mientras mi compañera de piso y amiga xxxxx, me avisa por tercera vez que llegaré tarde si no me apresuro.
Una ducha casi fría me hace despertar del todo a la vez que aparta de mí esos acalorados pensamientos.
Me visto a toda prisa con el uniforme del centro comercial, salgo en busca de un rápido café que casi se me atraganta y me voy dando un portazo, intentando dejar el recuerdo de ese dulce, intenso y real sueño.