De rudos gestos de mirada sombría,
de sonrisa franca, de palabra muda.
Es hijo de la cañada y del silencio,
hermano del trueno y del viento andino
y de la soledad de los caminos.
La tierra lo parió una noche lluviosa
y le nutrió con sus frutos silvestres,
calmó su sed con agua del puquial
y creció en la fragancia de las flores del campo,
por las noches duerme junto a su rebaño
en una humilde choza a la cabecera de su chacra,
coge una hoz para segar el trigo a la luz de la luna,
el trigo que junto a la papa y el maíz,
son el refuerzo para sus desgastados tendones,
acompañado de su inseparable checo y su verde coca
que a la vez son sus confidentes
en sus frías noches solitarias.
Generación tras generación va labrando la tierra
para arrancarle el fruto de las entrañas.
Oh hermano, como caen tus días cual hojas en otoño
y tú en esa fría cordillera empuñando tu lampa
o tras el arado, animando a tu yunta,
vas forjando los surcos, de tu ilusión
al rescoldo del sol o al intenso frío del alba;
tu pellejo está adaptado a la intemperie.
Pasarán los días, los meses y los años,
y seguirás en las lomas cual penitente,
día y noche, día y noche en tu labor
hasta que tus huesos te digan: “ hasta aquí nomas”.