Señor Dios, divino arquero,
haz de mí un arco útil,
fuerte y resistente
y de buena madera,
rígido pero flexible,
sólido pero absorbente.
Curtume en el mar de la vida
y unge con tu aceite mis fibras.
Y de mi mujer haz señor,
la cinta de hilos finos,
fuerte como la pita,
suave como el lino.
Tuerzela con tus manos
y atala a mis extremos.
Y también señor,
haz de nuestros hijos flechas,
tan firmes como rectas
y de buen tamaño y grosor.
Y entonces tu señor,
tu que eres entre tanto
el arquero divino,
con la fuerza de tus brazos
y mirando hacia el camino,
pon tu pulso en este arco
y a esas flechas dales tino,
afin que den en el blanco
en la diana de sus destinos,
más sin que hieran a su paso
ni a las piedras del camino.
Yo entonces diré orgulloso,
bendecido y realizado:
--Gracias te doy señor,
por hacer de mi un arco brioso,
bien curtido y bien empleado.
Y luego aclamare también
con alegría desesperada:
--Gracias por lo que hoy soy señor,
porque pude ser un trozo
de madera apolillada.