Me condena la última palabra que salió de tu suspiro. Me condena la idea de utopía en una ciudad de cartón.
A veces escribo, a veces me apuñalo los sentidos. La tinta me libera o quizá me hace más esclava.
Y ahí sigue, tu mirada penetrante, hermética, engullendo mi ilusión.
Si algo o alguien te trajo a mí, trajo el olvido. Me condenaron a soñarte sin poder alcanzarte.
Y qué puedo hacer yo, más que versos desordenados, con letra curva y olor a tinta. Qué puedo hacer yo, más que morir en cada letra, cada susurro, cada idea.
Que una almohada sea mi confidente y el espejo me vuelva demente. Porque ¿Quién está cuerdo? ¿Quién?
¿Y el llanto? No hay llanto. ¿Y la risa? No hay risa. ¿Y la esperanza? Te la llevaste.
Y este es mi desastre, de a veces escribir, a veces respirar. Porque a veces escribo y otras solo sueño, o sueño en papel o escribo en sueños, porque eso, eso no me lo puedes robar