No dejes que el amor lloriquee por los rincones.
Sedienta está la luna de Sabines y tiritan a lo lejos
los astros azules de Neruda.
La noche espera un aluvión de letras,
una llovizna de metáforas celestes
bajando desde el cielo. Espera un canto que diga,
simplemente, que el amor existe y ronda por las calles.
Compórtate bien, compórtate como el niño bueno
de Cortázar que aceptaba las vacunas aunque no era capaz
de sacar para su amada un pescadito rojo.
No dejes que el amor se haga un ovillo en el zócalo aquel
donde la araña teje habladurías que no confirma nadie.
Descorre el cortinado, abre la persiana y deja que el aroma
del verso se una a la brisa que envuelve la mañana.
Recuerda al chiquillo que saltaba y correteaba por la arena,
con sus cachetes rosas, su mirada fresca
y con el aire irrumpiendo por los agujeros de sus pantalones.
Sonreía.
(Te sonreía).
No dejes que el amor se muera a tu costado.
Ríe, canta, besa.
Deja que tus palabras se impregnen de colores,
de paredón y grafitis, arco iris y tormenta, de otoño y primavera,
de las nieves de invierno y las sombras de estío.
Pero hoy, ahora, mañana puede ser nunca
y nunca es un vocablo que te asusta.
Ahora ve y duerme, abrazado a tu almohada sueña.
Que los sueños se llenen de colinas, de bosques,
de violines, de ciudades viejas, de empedrados rotos,
de bandoneón y esquina, de jóvenes alegres y viejos taciturnos.
Y mañana recibe nuevamente a esa inspiración que llega
desde un tiempo sin tiempo a besarte en los ojos y a marchitar
tus miedos.
Pero no dejes que el amor se muera a tu costado.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
(Fotografía de Rafael Andrés Maldonado)