Allí donde tantas flores se empinan,
algo parecido a un paraíso sin espinas
y donde la juventud parece risueña
porque en las libretas aprenden
y sus libretas se enseñan… entre risas
de niños huérfanos de experiencias
y prendidos a una adolescencia
que parece intacta, insensata e incauta.
Allí donde unos juegan a aprender
y otros a observar la belleza
de la sabia naturaleza, que se puede beber.
En el Jardín Botánico,
del gran parque forestal
donde tantas veces escribí
y tanto bien me hizo
al poderme inspirar
lo que me satisfizo
y aprendí a observar.
Al fuerte, al indeciso y cuidé
de sus miradas cuando al pasar
por sus encerradas calles
prendidas de rosas búlgaras
de todos colores ellos por encima
de sus espejuelos me miraban
y yo no los usaba en aquel entonces.
Hoy si volviera allí a escribir
es posible que tampoco les iba a mirar
porque ya no puedo en la distancia
diferenciar de la vida ¿qué hay de bueno
y qué hay para percibir?
a veces me es oscuro.
Allí en el Jardín Botánico,
del parque forestal
pude trasladar la mirada al joven
que a la chica enamoraba…
y a dos ancianos que suspiraban
sin consuelo por lo poco o mucho
que les quedaba…
¿qué les quedaba?
Y quién piensa en la noche
cuando es y ha sido pasada.
En las horas desveladas del instante
que nos sacude hasta el tiempo
más estimulante.
Hoy no pienso en aquel niño
tan mal vestido
que jugaba entretenido
con sus patines
medios rotos y su madre al caer
formaba un alboroto.
Sería su primera o última caída.
Hoy mi pensamiento corre allí
y me parece que la mente
ya no divaga.
Porque lo que si recuerdo
es que escribía
y escribía…
y las horas lentas hoy…
se me iban de prisa y apuradas.
Hoy volví al Jardín…
donde tantos se reunían.
Tantas penas y alegrías, jóvenes
y de todas las edades,
cada cual a contemplar de la vida
sus adversidades.
Hoy existo, pienso y escribo
y el Jardín intacto…
aún guarda sus verdades
pero yo no lo olvido.