Creí en la religión que me predicaste, pero con el hierro candente de la hipocresía quemaste la conciencia de mi fe.
Prefiero caminar mil veces con el malhechor declarado que con el cura, pastor o gurú falso.
No te digo hermana ni hermano pero no me temas.
Cuando te digo algo mira la luz de mis ojos.
Duerme en paz porque en mi conciencia no habita la espada, la lanza ni las trampas del engaño.
Tu Dios que no es egoísta y que ama la verdad, también es el mío.
Siembro pan, vino y aceite en las piedras para que juntos comamos y repartamos entre méndigos.
Este techo, que es de estrellas, de nubes, de sol, de luna y de polvo es también tuyo.
Vivámoslo sin disputarlo.
Acompáñame por el camino del dolor y curemos a los heridos.
No destruyamos y verá que no habrá necesidad de construir.
Si no he de hablar verdad, que parta el rayo mi lengua.
Antes de herir, la cicatriz; antes de pedir, dar; para el odio, el amor.
En mi religión la ley no está en papel: en el corazón.
No uso casulla, levita o sotana: la transparencia y nada más.
Mi púlpito, altar y pódium está en las fábricas, en los caminos, en las escuelas, en las universidades, en las casas y en los desiertos.
¿Para qué tesoro si no quiero orín ni polilla en mi casa?
Me es suficiente mitigar el hambre y la sed con la esperanza en la paz.
Toma esta túnica: con una me basta.