Reyshell Mendez

CICATRICES

Barcos sin rumbos, que navegan en firmamentos de

sensaciones, que deslizan sus almas en limbos ajenos,

que piden a gritos, encallar sus corazones sobre escollos

filosos para desangrar todo un sentimiento en océanos

de soledades y así, pretender diluir lo que se siente

adentro, lo que palpita con vida propia, lo que no se

escucha, lo que esta y no se ira jamás, y ahí, anclados,

permanecerán, mas allá del tiempo, mas allá de todo,

buscando la luz de un faro que parece brillar, y al verlo

cerca, simplemente, se va.

Como evitar que las emociones invadan las entrañas,

como parar el cúmulo de sentimientos que brotan del

corazón y llenos de pureza desean sanar, al ser distante y

darle por siempre, lo que tanto buscamos y que entre

sonrisas y llantos, a veces no hallamos, la felicidad; las

lágrimas son el único indicio de lo que se quiere

esconder, de lo que se anhela ocultar, hasta después de

la vida, mas allá de la eternidad.

Si no tuviese cicatrices en el alma, que sentido tendría

suspirar por algo que no ha sucedido, por algo, que tal

vez, no pasará, si no tuviese marcas en el corazón que

provocan desespero, angustia y desvelo, como podría

tenerlo en mis sueños, que son tan reales, que

manifiestan amor, lujuria e intenso deseo.

Sin cicatrices, como podría el alma irreverente vibrar

intensamente en los desafíos de las madrugadas que no

dejan de llegar, y saber, si las voces no se diluyen en

soledades que no acaban jamás de golpear, anunciando

que no puede ser en esta vida y tal vez, en muchas más.

Si no tuviese mil y un surcos imborrables y profundos en

el ser, le pediría, incesantemente, a Dios, borrar la

existencia de un camino inocuo e insulso, borrar la

memoria y desaparecer todo vestigio de vida y al pasar el

reloj una y otra vez, volver a nacer, para ser marcado con

cicatrices de fuego, desde la madrugada en que se

muere, hasta el maravilloso amanecer en donde volvemos a nacer.