Una señora anciana
en un momento fatal
llegó a un centro asistencial
en horas de madrugada.
Fue llevada a la sala
donde atienden emergencias
y un médico de gran sapiencia
la atendió con prontitud
y le devolvió la salud
con manifiesta solvencia.
.
La anciana por su experiencia
una vez recuperada
supo que estaba endeudada
por los costos de la intervención,
y solicitó al doctor
con mucha decencia
ir hasta su residencia
en busca de algún socorro
que sumado a los ahorros
de su afán previsor
pudiera servirle de aval
para así poder pagar
aquella deuda de honor.
.
No hubo oposición
del diligente galeno
que se mostró muy sereno
al ver la precaria situación
de su senil paciente
que había salvado de la muerte
por infarto al corazón.
.
Días después de aquella ocasión
pasaron sin que la anciana
de nuevo se reportara
o enviara alguna información.
El médico esperaba a diario
el pago de sus honorarios
por eso buscó a la anciana
en la dirección que dejara.
.
Ya en su humilde vecindario
una joven de ojos claros
lo atendió modestamente
y en su mirada inocente
adornada con sonrisas,
atendió a la visita
mientras llegaba su pariente.
La anciana llegó de repente
y al ver en su casa al galeno,
le dijo: Doctor, no puedo
pagar el monto adeudado.
Incansablemente he buscado
entre amigo y familiares
pero no encuentro los reales
por eso no me he reportado.
.
Y como a mi casa ha llegado
le ofrezco en pago de la totalidad
entregarle la virginidad
de mi nieta adolescente
que es una chica decente
rebosante de ingenuidad.
Demuestre su virilidad
y quítele su inocencia
pero tenga mucha paciencia
que aún es menor de edad.
.
Hubo dudas y contrariedad
en el rostro del doctor
cuando escuchó con horror
que la anciana daba instrucciones
para que su nieta diera atenciones
al ilustre desconocido.
la joven se aferró a su vestido
sin protestas emitir
pero para no contradecir
la voluntad de su abuela
se soltó la cabellera
y se comenzó a desvestir.
.
El médico para no herir
el pudor de la mozuela
le dio un beso en la frente,
y con palabras hirientes
se dirigió a la anciana.
La ofendió de buena gana,
y lo que tenía que decir
se lo dijo en su cara.
.
Y cuando se marchaba
a punto ya de salir
sentenció a todo pulmón
¡Cuide bien su corazón!
Porque le voy a advertir
que la próxima ocasión
la voy a dejar morir.
.
El médico salió de prisa
por las calles del vecindario
mientras la anciana enfermiza
en gesto lapidario
lloraba el cruel agravio
al que había sometido
a su inocente nieta
que presa de la rabieta
renegaba el haber nacido.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela