Supe que el agua del mar hizo crecer tus raíces,
Que tus besos maduran y en tus ojos nace otro universo.
Yo, por mi parte, sigo aquí, buscando la forma de hacer de esta tierra un rio.
Mis manos comenzaron a hablar el lenguaje de tu cuerpo.
¡Las hubieras visto! Se que te hubiera dado risa, esa risilla nerviosa que tienes antes de verlas contrastando con tu piel.
Las consuelo. Les he jurado que revisaremos la medida exacta de tus raíces.
No voy a la plaza desde que nuestra banca me preguntó por ti, odio las bancas metiches.
¡Me mandaste fotos! No sabía que hacer con ellas, unas las puse en la cama como osos de peluche, otras en la planta que me diste, a ver si le nacen flores marinas.
Me cambié de casa, pensé dibujar piñas y naranjas en las paredes, no quería que te sintieras extraña, pero decidí que cuando vengas arrancaré las frutas más exóticas y aromáticas de tu follaje y las esparciré por todos lados.
No cave duda que el mar es un cosmético infalible: se rizó tu cabello, se encendieron tus ojos, enrojeció tu piel al tono de las buganvilias, (mi planta favorita) ¡te ves divina! Pero te hace falta el rubor de las mejillas, ese que te rodea el cuello, los oídos y la boca, cuando estas manos hablan con tu cuerpo.
Esta vez, efectivamente, eres el ángel que viene del mar, y te aguardo, contenido en el lugar sin tiempo en que te amo, husmeando los recuerdos de tus besos, haciendo de tu presencia las alas para volar en el sueño. Como el mago que dices que soy detengo la nostalgia antes del umbral del ansia, y te espero en el sigilo de la paciencia para besarte por primera vez, nuevamente.