1 - UN PULSO LATE
Cuando entras por la puerta
algún pulso de mi sangre late y no reposa,
como acústicas hojas arreboladas
que el viento balancea en enramadas de cuerdas.
Siento que todo el tallo primaveral
cabe en las fuentes de tu piel temblorosa,
al alba se desangran carmesíes y rosas
barnizando tus gruesos labios de lienzo matinal.
Ay amor, licuada armonía de pétalo musical,
me sobra el tiempo para festejar las albas gaviotas
de tu sombra y si te tientan contiguas campánulas
que la luna a tu signo oferte melaza a tu paladar.
Habla por tu boca gardenia rayana al umbral,
que un beso de agua se encarna en tus labios de gloria
cuando me inclino sobre el fuego del cuerpo celestial,
soy la lengua del muérdago que ladea tus labios de victoria.
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2- RECOGIENDO ESTRELLAS
El epicentro medular de la ciudad
muere en los afilados dientes
de una jungla metálica edilicia.
Vago crujir a chatarra perpleja,
fabrica el herrumbre balas que silban
en los metales sin nombre.
Cercena la cercanía los puentes en derrumbe
y la plástica opacidad de la tecnología
gira las aspas en los molinos del viento.
Proclaman la sonora relevación
sinfónicos violines gregarios,
aglomeración múltiple de clanes en decadencia
impropiamente dialogan en el siglo de las torres
donde el alma sucumbe en pandemia solitaria.
La última versión del desgarro
en sepias hojas de papel narra
paradigmas aflictivos en desolación inesperada.
Ese lánguido existir en la oscuridad
observa la dirección del advenimiento lumínico.
Entonces cae en la realidad la ausencia,
territorio murceguillo evoca
pertinentes puntales de su lote,
establece planisferios derivados del vidrio,
prolongación acotada, desmesura loca,
hipoteca la razón su arrogante vanidad.
En el azul cristal habita el sueño prohibido,
la cabeza dentada mella el canto del mirlo.
Cuando lo onírico se apelmaza en pétreo camalote
el hombre retoma el rumbo que desinstala
pátinas clavadas en la ausencia.
Cuando el hombre escucha el lamento del mortal
en bravo salto gravita al precipicio
y recoge estrellas que el cielo había perdido.
El humano solidario en su especie
con mano benévola comparte con el congénere
pesadumbres que desguazan el peso colosal de sus moles.
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