En una tarde como cualquier otra,
me tomas de la mano,
levitando nos vamos por el cielo,
nuestro cielo,
el mismo
cielo
de
siempre.
Cada paso es infinito,
cada beso apenas es
la réplica del primero que nos dimos,
inigualable,
mágico,
perpetuo…
Soy de fuego
y tú de hielo,
-aunque a veces cambiamos de papel-
yo no quiero quemarte,
o quizá sí
-solo un poco-
Soy fuego que no deja llaga,
estas a salvo,
solo te doy
y me das abrigo.
Te aprieto la mano suavemente
y tu lo haces con la mía
es mayor tu fuerza,
soy frágil.
Lo hago solo para
corroborar que caminamos
codo a codo,
que no es un sueño,
que tu tacto responde ante el mío,
entrelazados,
eternos,
dos caminantes,
cada uno con el mapa en el otro…
Y así voy yo,
como un caracol,
como una tortuga,
lenta
pero sabiendo
que es tu pecho mi destino,
que tomaré las avenidas de tu espalda,
que tomaré los vagones de tus labios
las veces que sea necesario,
que me deslizaré por tus brazos
y me refugiaré en cada uno de los poros de tu piel,
y entonces,
la certeza es mi brújula
y tu mi mapa
y los pasos son firmes.
Al final del recorrido,
Me miras,
sabes a café,
tus labios lo pronuncian,
y me gusta observarte,
medir tus movimientos,
son apenas milímetros equidistantes
entre tu boca y el cigarrillo,
ninguno de diferencia
entre tu mano izquierda y mi mano derecha.
y hay suspiros de más
-siempre sobran-
entre tu mirada y la mía.
Constituye el mayor deleite de la tarde
observar como oscila tu pecho,
sentir que nuestros latidos se sincronizan
con cada risa.
No puedo creer que se acabe la tarde,
y que tenga que dejar mi hogar
-a ti-
que tenga que darte la espalda
-sin placer de por medio-
¡Es una herejía
soltarte la mano!
yo solo quiero caminar a tu lado,
darme la vuelta solo para que me abraces por la espalda
o para que la observes desnuda,
¡para nada más!
Pero así pasa siempre,
a pesar de que no quiero
soltarte la mano,
terminamos extraviándonos.
Y entonces termino concluyendo:
que a nuestras tardes
no les pongo epígrafe,
porque nuestras tardes amor mío,
se leen completas
o no se leen.