Pensaba en los gorriones
y las palabras.
Cuando estas avecillas
llegan a comer las migas que les brindo
a la hora del desayuno,
se asemejan a los vocablos
que busco, a veces denodadamente.
Se amontonan, se empujan, saltan,
trinan y se vuelan.
Muy pocas veces, se ordenan
prolijitos sobre la pared de enfrente,
pero eso dura muy poco.
La diferencia está en que,
de vez en cuando, muy de vez en cuando
por supuesto,
a las palabras les impongo rigor y disciplina,
y logro transformarlas en poesía.
O algo que más o menos
se acerque a una poesía.
Tal vez usted me mire
con ese semblante que ponen
aquellos a los que no les importa
ni la luna, ni las estrellas,
ni el corazón que grabado está en el viejo tronco.
Es esa misma cara que ponen
los que pasan de largo sin ver
los latidos de una rosa,
los que se molestan con el rocío de la mañana,
los que cuando está asomando el sol
no ven el alba, solamente ven el reloj de las urgencias.
Seguramente tampoco le interese
el color que toma el cielo en un atardecer
de nostalgias apretadas.
Entonces usted, discúlpeme, es de los otros,
los muy cuerdos.
Y nosotros somos los de acá,
esos pobres locos
que confunden palabras con gorriones.
Está bien. Que tenga usted un bello día.
Ah… por cierto:
Tenga cuidado al salir,
hay un escalón donde generalmente tropiezan
los que no entienden el idioma
de los poetas.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
(Imagen de la web)