Se negó al dolor de su partida
y comenzó por borrar
cada trozo de su ser.
Borró su rostro,
su sonrisa, su mirada,
su complicidad.
Borró sus manos,
sus abrazos, su calor,
su protección.
Borró cada recuerdo,
cada instante,
cada momento.
Borró sus pertenencias,
sus hábitos,
su entorno.
Lo borró sin saber
que así borraría
su propia historia y su pasado.
Quedó
invisible, imperceptible,
indolora, inexistente.
Lo borró sin saber
que un día querría
a ella misma recordarse.