Hoy me he levantado sin ganas de nada.
¿Sobrevivir a los días?
Solo miro la ventana grande.
Con la maleta de cuero y el paraguas oscuro por ahí se marchó a pesar de la lluvia.
Cuando el amor se acaba la golondrina llora y el cielo se enturbia.
Se fue sin pensar en el alma rota,
triste, agobiada y en las orquídeas sin agua.
Dondequiera esté, será mi sueño, mi luz, mi ilusión y mi amanecer.
La veo en las cosas: el gato adormilado en el sofá,
el corazón de papel, el sol crepuscular,
la luna en el techo y la flor en el trigal.
Me gustaba sentada al espejo componiendo el pelo avellanado,
las cejas finas, la boca carmesí y las pestañas arqueadas.
Solía acercarme y rodearla en los brazos hasta empaparme del olor de su piel.
Su voz suave al oído elevaba al infinito.
Por entre corredores y begonias veo sus huellas.
Desde la ausencia me he privado de la alcoba.
En esta solitaria buhardilla paso días vigilando
el camino como centinela de fortaleza encalada.
Cuando acierto a dormir la veo en la nube
jugando con el canario en su percha dorada.
Un lucero sonríe y estrellas danzan.
Inmensa melancolía.
Difícil encontrar paz en este desasosiego.
¿Quién, pues, conoce el silencio del mar como tú?
El viento silva entre árboles,
muero de frío y extraño el manantial donde abrevaba en días sedientos mientras silenciosa miraba con tus ojos de águila salvaje.
Cuanto daría por alcanzarte, tenerte, tocarte y amarte.
Lo anhelo.
De volver, de rodillas pediría perdón y llenaría de calor y ternura tu piel.
Y te enseñaría el percal con tu nombre entretejido.
No cerraré la ventana.
Vuelve y entra por ella.
Marinero, amigo del alma, de encontrarla entre olas,
dile, por favor, que un corazón por ella suspira y agoniza en amargura.
Convéncela con coplas y versos de ensueños.
Hazle saber que la ausencia es un enorme vacío.
Sin pensar en el tiempo, yo aquí, parado en la arena ceniza,
esperaré siempre hasta ver tu barco.