Qué esplendor lucía, su sonrisa me recordaba mi infancia, cuando aún se reía llena de felicidad. Su mirada seguía siendo acariciadora, sus palabras llenas de ternura, todo su ser resplandecía con hermosa luminosidad.
Ambas nos abrazábamos con ansia de recuperar tanto tiempo distanciadas por la eternidad.
No hacían falta de hablar, con mirarnos estaba todo dicho. Fueron más fértiles los silencios que las palabras porque no encontrábamos adjetivos para mostrar nuestros sentimientos.
La noche decaía y yo sabía que al alba tenía que volver a mi lecho. Apurábamos cada instantes para gozar de nuestro encuentro.
Nos olvidamos del pasado, de aquel pasado que no había sido bello, sólo nos quedamos con lo bonito que aún guardábamos en el recuerdo, y entonces decidí recoger en mi pecho el perfume de sus excelencias y en mi corazón la luz de su alma perfecta.
Siempre supe que su legado había sido un tesoro lleno de amor, pero en esos instantes fue como recuperar las fuerzas que por el camino se me había quedado.
Llegaron los primeros destellos del día, pese a ello en la despedida no hubo dolor porque me siento tan llena de mi madre que aun al despertar llevo grabado en mis pupilas el resplandor de su alma llena de dulzura, de esa dulzura que a pesar de tantos años que al cielo partió sigue presente en mi mente y corazón.
Desperté dichosa al comprobar que en el cielo había recuperado su bella sonrisa y su mirada radiante, sin reproches ni dolor.
Ella, mi madre, fue quien en este día un regalo me concedió abrazándome en el silencio de la noche y haciéndome retornar al pasado donde aún había dicha en su corazón.
Hoy las flores de su tumba no irán regadas de tristeza, hoy irán regadas de besos agradecidos por concederme tan gran don, porque me he quedado con la alegría de su sonrisa y la ternura con la que me abrazó, además de saberla dichosa gozando de las bondades del mismo Dios.
Luisa Lestón Celorio
Día de la madre 2016