En la plaza del Torico
se conocieron dos niños,
el amor brotó en sus almas
con la fuerza del destino.
Emergieron las promesas
y sellaron compromisos,
el amor crecía fuerte
con sus muestras de cariño.
Amor que no fue aprobado
por el padre de la novia
ya que el joven no gozaba
de una posición notoria.
Salió a buscar la riqueza
luchando con sarracenos,
lo que fuese necesario
con tal de ganar dineros.
En cinco años, fijó el plazo,
y cinco que lo esperó,
obedeciendo a su padre
hasta que muerto creyó.
El padre arregló la boda
con un mozo de su agrado,
y el día del desposorio
regresó el enamorado.
Ella le dijo dolida
—Que no falte a mi marido,
por la pasión del señor
de rodillas os suplico,
debéis buscar otra esposa,
pues esto que ha sucedido
a Dios no le ha complacido.
Diego reclamó angustioso
— ¡Bésame, por ti me muero!
—¡No! por favor, no me pidas
que haga aquello que no puedo.
Y al instante se murió
exhalando sus suspiros
ni un reproche ni un quejido,
sólo muerto por amor.
No pudiendo soportar
verlo muerto sin su beso,
con un velo se cubrió
y marchó para su entierro.
Sin importar que dirán
lo besó con tanta fuerza,
que cuando la separaron,
ella... allí yacía muerta.
Ya ves querido lector,
aunque parezca demencia
alguna historia nos cuenta
que se muere, por amor.
Cecilio Navarro 01/05/2016