Un Adagio acaricia los oídos sordos,
tantas veces a lo largo de una vida,
que aquello que fue dogma y catecismo,
se convierte en miseria natural.
Ando perdido,
entre ruinosas callejuelas de indiferencia,
y angostas avenidas de olvídos.
Tu ausencia me golpea,
con un dolor hondo en el pecho.
Escuchó a lo lejos tu risa de niña
pero despierto de mi ensoñación,
dándome de frente con la cruel realidad.
Tu siempre estuviste a mi lado
para reconfortárme en mis momentos oscuros,
y hoy solo tengo el recuerdo de tus palabras,
como un eco vago que resúena en mi mente.
A donde quiera que vuelva mi mirada,
tu estas hay,
con tu libro y tu pluma
y tu sonrisa con arpégios de luna.
El sabor amargo de tu partida,
es casi tan desolador,
como una lágrima
que se desliza eternamente por mi mejilla,
el vacío es tan hondo en mi interior,
que el espejismo de tu memoria,
hace que no encuentre una razón
con sentido en mi vida.
El cielo se ha tornado gris,
mi vida perdida en un ocaso eterno,
al que trato de sobrevivir en vano,
marcando unas notas tristes,
con arpégios de acordes bajos.
P.M Pedro Monroy Gemio