Apenas llega el crepúsculo
me someto al silencio,
prisionero entre libros
con nostalgias y sueños.
En ese mundo tan mío
una luciérnaga me acompaña,
la tengo en mis manos,
no tiene alas,
sólo su brillo incandescente
que a veces se apaga
y que enciendo de nuevo
con pausada calma
para que me alumbre
con su débil llama.
Esa misteriosa luciérnaga
muere entre mis dedos
pero hay miles de ellas
que harán el relevo
porque todas quieren
quitarme el aliento,
borrando la ansiedad
que por dentro llevo.
Tal vez me maten
con su débil fuego
y la nicotina
que es su veneno.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela