Ayer te escuché pasar
por álamos silbantes,
y en las chapas del tejado
te sentaste a descansar.
Como en días de niñez,
hojarasca en la vereda
con formas de caracoles
como buscando una senda,
jugabas y desarmabas
la colchoneta de raso.
Siempre fuiste el cartero
que me traía las nuevas,
retornando las nostalgias
en mensajes sibilantes.
Las vueltas que dio la vida
sin cesar, y lentamente
las grabé en mi memoria
para volcarlas en versos,
marcadas en el espacio,
y el tiempo como testigo.
Hoy te pido, mensajero
un favor muy personal:
que des una serenata
a la niña que me apresó,
escrita hace mucho tiempo
con estrellas y luceros.
Para que sea un secreto
no la lleves a otros vientos
Mi secreto es para ella…
y para mí, por supuesto.