Intentando llegar a la ciudad,
he aquí que malvados me asaltaron
y golpearon.
Estoy tirado en medio
del polvoriento sendero,
sangra mi herida,
me quema el sol y no
hay quien venga en auxilio.
Desfallezco de dolor y de angustia.
Las fieras del campo y
las aves carroñeras esperan mi muerte
y ya veo oscuridad.
Ven y sácame de aquí.
Llévame de pronto a tu alcoba,
cura mis heridas con tu aceite,
con tu vino y dame mendrugos de tu pan.
Y haz justicia contra mis agresores.
Acuéstame en tu cama perfumada,
pásame tu mano,
toca la fiebre de la frente,
examina mis parpados,
arrópame con tu sábana
olorosa a ti y
duérmeme con el sonido
apacible de tu voz.
Déjame asì hasta que escape
de la muerte y
recupere mi lozanía.
Cuando me levante,
estaré a tu servicio:
buscaré el agua del arroyo,
cortaré la leña,
casaré las presas,
taparé las goteras,
encalaré las paredes,
regaré tus flores,
pasearé el cachorro,
daré pitanza al canario,
lavaré tus pies y la ropa,
peinaré tu cabello,
te haré los manjares
que aprendí de mi madre,
compondré versos
y entonaré la lira.
En este inmenso agradecimiento,
juro ante
Dios y los hombres, que
seré sin tiempo tu servil y
consagrado esclavo.