Samuel Santana

El esclavo

Intentando llegar a la ciudad,

he aquí que malvados  me asaltaron

 y golpearon.

Estoy tirado en medio

del polvoriento sendero,

sangra mi herida,

me quema el sol y no

hay quien venga en auxilio.

Desfallezco de dolor y de angustia.

Las fieras del campo y

las aves carroñeras esperan mi muerte

y ya veo oscuridad.

Ven y sácame de aquí.

Llévame de pronto a tu alcoba,

cura mis heridas con tu aceite,

con tu vino y dame mendrugos de tu pan.

Y haz justicia contra mis agresores.

Acuéstame en tu cama perfumada,

pásame tu mano,

toca la fiebre de la frente,

examina mis parpados,

arrópame con tu sábana

olorosa a ti y

duérmeme con el sonido

apacible de tu voz.

Déjame asì hasta que escape

de la muerte y   

recupere mi lozanía.  

Cuando me levante,

estaré a tu servicio:

buscaré el agua del arroyo,

cortaré la leña,

casaré las presas,

taparé las goteras,

encalaré las paredes,

regaré tus flores,

pasearé el cachorro,

daré pitanza al canario,

lavaré tus pies y la ropa,

peinaré tu cabello,

te haré los manjares

que aprendí de mi madre,

compondré versos

y entonaré la lira.

En este inmenso agradecimiento,

juro ante

Dios y los hombres, que

seré sin tiempo tu servil y

consagrado esclavo.