Pienso en aquellos días...
Estaba saturado,
de una conciencia intensa
de la muerte.
Sin embargo...
la atmósfera,
cobraba
un significado especial,
se convertía en una enseñanza
para nosotros.
Estaba sentado,
junto a la ventana
de un pequeño esquinazo.
Yo sabía que estaba muriéndose.
De vez en cuando la veía,
me sentaba un rato a su lado,
me impresionaba
el cambio que había
experimentado su rostro.
Era un silencio abrumador,
roto únicamente por su mirada,
todo estaba centrado en ella.
Sin embargo,
aunque había tanto sufrimiento
en su prolongada agonía,
todos nos dábamos cuenta,
de que en lo más hondo,
tenía paz y confianza interior.
Al principio no podía explicármelo,
pero en seguida comprendí,
de dónde procedía esa sensación,
de su fe y su preparación.
Cuando entro el sacerdote,
una cuchillada perdida,
sílbaba al oído de la muerte.
Hacía que mi corazón,
se rasgara ensangrentado.
Las hermanas,
provocaban evasiones al horizonte,
atenuadas tal vez al mismo tiempo,
por el bien y el mal.
Así como se cumple
la voluntad de los sueños,
nuestro rigor,
desaparece en ella,
no agreguéis nada
de vuestro propio perdón,
basta para una causa sin fin,
armar vuestros ojos,
con esas lágrimas que nos alivian.
El cuerpo de las palabras...
es dorado esta noche.
Ya nada existe...
se fue en vano.
P.M Pedro Monroy Gemio