Dorados serafines decoran sus pupilas,
tejen con sus aúreas alas
una mirada de amor encendida.
Ella es un alma de nieve, pura y sensitiva,
cuyos labios, más suaves que cualquier flor,
se curvan en una gloriosa sonrisa.
Y no bastandole con esas dos divinas
gracias, obra un milagro mas
para mi alma consumida por el dolor:
¡una caricia!
¡Ah! si tan solo pudiera corresponder
la ternura con que me mira,
la esperanza con que sonríe...
¡pero son tan diferentes nuestras vidas!
Las sombras son mi destino y ella...
¡ella es ficticia!