Prosa a la conciencia:
Alma humana, soñadora,
espíritu medidor de lo inconmensurable,
montada en el tiempo pintando paisajes donde no cabe un lápiz,
buscando significado al microcosmos de cada pupila,
comentándo con todos lo que nunca pasó en ningún lado,
escribiendo con el aeroplano posado en los oídos,
usando su genio para recordar un día en el mundo de los mirones,
convirtiendo el tenue eco de lo que oyó en poesía;
llueva o tiemble, truene o juzgue,
ojos del ciego, voz del mudo, arma del pensador.
Escéptica indiferente y nunca erguida,
regalando su arte, su ciencia, sus ideas bajo el nombre del cuerpo luchador;
célebre entre mirones, desganada pero atenta, anónima pero indispensable,
siniestra, inmutable, admirable, irremplazable, histriónica, elocuente,
inmensa pero nunca pronunciada;
sin nombre propio ni identidad,
preocupada por todo pero ignorando su propia existencia,
escribiendo a sí misma pero leyendo con voz ajena,
creadora y entededora eterna, condenada a ser llamada conciencia,
resignada a habitar abstrusos
y empeñada en torturarlos cada noche desde la posición ventajosa de lo inexplicable.