En el aposento de mi rancho,
desperté una triste mañana,
pidiéndole a Dios,
por la salud de mi Juana,
muy mal,
diría…… casi por dejarnos,
se encontraba dormida,
sentado en la orilla de la cama,
coloque adolorido… mis alpargata,
dirigí el pensamiento al cuarto de mi hijo,
de apenas 5 años,
lloroso….de rodillas, pidiéndole al redentor,
musitaba en voz baja,
que no partiera de este mundo.
En silencio,
con la puerta semi abierta,
miraba su apesadumbrada pose,
al igual que la mía,
clamaba por más tiempo de vida.
Cerré la puerta,
y volví al cuarto de mi Juana,
estaba alegre,
aún dormida…. Sonreía,
con ternura celestial,
del viajero que no vuelve,
le besé la mejilla,
tocando nuestras manos,
clamó por su hijo
que presuroso busqué.
Y volcados sobre mi Juana,
rompió el silencio,
con fallidas fuerzas,
rasgando la distancia,
de su partida,
con firmes indicaciones,
de todos los momentos,
prendidos de alegrías,
lo tomó en su pecho,
lo abrazó,
lo besó,
casi sin aliento,
se despidió de mí.
Se apagaba la luz de mi Juana,
la Juana de mis sueños,
de mi soledad.
Él tomó de mi barbilla,
para recordarme,
el nuevo amanecer,
donde estaremos junto a ella,
por la inmensidad de los tiempos.
Después del funeral,
enterramos a mi Juana
aquí mismo
en el fondo de mi rancho
y cada mañana,
al estar sobre su tumba,
danzan mis recuerdos de alegría.
Me acuesto a su lado,
la neblina nos arropa,
con el cántico del viento y los pájaros,
ciegan mi corazón,
por el amor de mi Juana.
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