De clara y larga cabellera
caía la rosa blanca
cual nieve de tardío invierno
que el mirlo le cantaba.
Gota de agua cristalina
en rayo de luz fulgente
corría en tallo con espina
desangrando su amor latente.
Su pasión ya dormida
de otoños ocres y perdidos
su luna llena se estremecía
en sufrimientos y olvidos.
Era ella, la blanca rosa
que en abiertos pétalos suspiraba
y en lírico amor de esposa
con arpa y verso, desgarraba.
Una nueva brisa prodigiosa
adentró su carne estremecida
como lava ardiente y poderosa
como eclipse de luna enfurecida.
En presagio su vela desplegó
en mar abierto y sin destino,
así, en su corazón encallaba
el amor de un ser divino.
Autor: Jorge Aimar Francese Hardaick
-Argentina- 21-05-2015
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