En tus destellos acosados
atrapaste el trueno del relámpago en días de tormentas secas
sin que yo tocara un solo estambre de tu pelo.
Así lo hiciste con la aurora y el crepúsculo.
Fueron tus besos como nieblas lejanas,
espumarajo marchito y
lluvia tibia de la primavera pasada.
Viniste a despedirte con la tarde de ayer y
acompañada por la rueca de la desmemoria.
No dejaste tus azahares,
el hilo de tu ébano,
las camándulas inconclusas
ni el almanaque eternizado.
Fuiste candileja oscura que se apagó antes del último acto,
enroscada, taciturna y con la voz de araña.
Contigo se marcharon las huellas rutilantes que dejaste sobre el polvo largo y muerto.
Miro el camino: vacío.