DESDE LO ALTO
Miraba desde lo alto
el cerro estaba añil.
Humeaban las gentes en sus colillas
y en coro humeando en las casas, las cocinas
y los montes quemados del abril.
Lamíanse los perros desconociéndose entre ellos
y en el pueblo se estiraba una calleja
donde silbaban los arrieros sus ganados
y latigaban de sudor sobre sus cueros.
Y el rechinar de las carretas andariegas
sabía al tetricerrar de las puertas tras adioses
y sus ruedas dando vueltas a cien revoluciones por chiflido
simulaban el girar de las pestañas, parabrisas, conteniendo
a unas niñas gemelas sollozando.
Fueron eternidad los epitafios de las nubes
que a la instancia blancas se emergieron
y a la descendencia hoscas detonaron
en seres devenidos en diluvios.
Mientras, cubría su cabeza de lo expuesto
el compasivo cerro añil le susurraba:
-- tras el humo de las casas aguarda una quimera
bajo tibios edredones que te espera,
que tiembla y se consume
entre el miedo y el deseo,
el miedo de que al llegar tú nunca llegues
y el deseo de que los fantasmas desesperen.
Mientras tú estás aquí
mirando desde lo alto de mis sienes
con la firme ansiedad sobre tus carnes
y en esa calma voluntad que te aprisiona--.
El caserío allá abajo es una mancha
y el recaudo del ansiar que le esperanza
hace que el andar vaya a sus anchas
en pos de aquel fantasma y la varona.
Una estampida de pájaros se ambiciona
entre la cumbre de aquel cerro y de las nieblas.
El cerro sigue añil y sigue humando,
huma lo salido de las casas,
huma a borbotones de las quemas
y ora huma los humos que se alzan
por la lluvia que copula en su terraza.
Lebusla
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