Latino

Carta al Señor

Señor,

tuviste compasión de mi alma

cuando mi llanto mojaba hasta mis rodillas

y mi pecho se inflamaba en dolor;

fuiste el único en acercarme una mano de ternura

cuando las otras me amenazaban con sus piedras…

y enderezaste mi cuerpo que estaba caído

en momentos de oscuridad sin albedrío

cuando la muerte me halaba con cadenas

irrompibles como candados de seguridad.

 

Señor,

tu espíritu clamó en este desierto olvidado;

anduviste sobre mis arenas incandescentes

y machacaste el calor que me sofocaba

con el oasis de la esperanza que me diste.

Hiciste brotar los ríos en mi sequedal…

Fuiste incipiente y maduro, y tu voz tronó

más allá de las dunas y sacudió el polvo muerto

que colgaba de las espinas, entre escorpiones

con aguijón diabólico y asechanzas gigantescas

que me hacían desistir de la vida e ir tras espejismos.

 

Fuiste tú, Señor,

la gota que inició en mí la cascada de agua fresca

y el fluir incesante bajo la arboleda de los oasis,

quien pusiste aceite tibio en mi frente y purificaste,

con una brasa que no quema, mis labios

para que de mí salgan solo versos a tu nombre…

 

Señor,

allí quemándome en el desierto de la duda

y la incertidumbre, bajo hojas de palmeras venenosas,

me diste de beber de esa agua que refresca totalmente

y que no deja tener sed ya más…

 

Señor,

he tenido la osadía de olvidarte por unos segundos

minutos, horas y casi días… y no he podido sostenerme.

No he podido vibrar y la tristeza se vuelve compañía

monótona como una piedra a la puerta de la casa

en la cual se tropieza se y cae a menudo.

 

Por eso, Señor,

vine a escribirte esta carta, para pedirte

que me reasignes a tu palabra, que me hagas

andar por estas rutas en que la melancolía no tiene señorío,

ni la tristeza es tiránica sino solo un olvido inconsecuente;

por esta floresta que emana leche de vida y miel de vida,

tu vida Señor…

A pedirte que me perdones por descuidar el sendero

de las frutas, porque ya el desierto no es más

la casa de los padecimientos ni las dunas un escondite,

ni las palmeras una amenaza de escorpiones…

ni de sed.

 

Por eso, Señor,

he venido a honrarte con palabra de agradecimiento

con aromas de vergel; con ambiente frugífero en el acento

con mirada prefijada en tu meta,

más allá del desierto,

más allá de la tristeza,

aferrado a tu firme mano que me tiendes con ternura.