Yo pensaba que todas las mujeres eran iguales.
Es decir, pensaba que eran cocineras exquisitas,
que a todas les gustaban la tiernas caricias de mi poesía,
que les gustaban los refrigerios al aire libre en la pradera,
que les encantaban dormir junto a mí durante la fría primavera,
que hablaban castellano como usted, mi preciosa.
Yo pensaba que todas las damas, como usted, eran,
que a todas las encantaba la literatura, como a usted, mi reina.
Pensaba que todas eran honestas, educadas, y hermosas como usted, mi bella.
En fin, pensaba que todas eran blancas, piadosas seductoras
de piel dorada y ojos verdes, como usted también.
Pensaba que cualquiera me querría, me acariciaría y entendería
como usted...
Ahora que estoy viejo y solo, lo admito.
¡Me equivoqué!